Este agosto es un mes negro: a la fecha han muerto más de 700
salvadoreños en una ola de violencia sin precedentes. Al terminar el
mes, serán unos 800. Esto hay que pararlo ya.
Pero, ¿cómo pararlo?
Todos los involucrados coinciden que estamos ante un problema complejo,
cuya solución requiere de políticas integrales, grandes inversiones,
acuerdos nacionales, y mucho tiempo. El mismo gobierno manifiesta que,
aparte de su acción policial y militar, urge implementar un ambicioso
plan de prevención e inversión social, y para esto ha creado el Consejo
Nacional de Seguridad Ciudadana y su “Plan El Salvador Seguro”.
La
oposición política, la empresa privada, los centros de pensamiento, la
academia, las iglesias, todos coinciden en la necesidad de construir
acuerdos que permitan implementar un plan integral de largo plazo y a
movilizar los recursos que sean necesarios.
Los mismos pandilleros
reiteradamente hablan de un proceso de reinserción, que pasaría por la
creación de oportunidades económicas, no solo para ellos, sino para las
comunidades donde viven sus familias. Ellos saben que esto, incluso si
hubiera voluntad por parte de todos, tomará mucho tiempo.
Entonces,
está claro: Cualquier solución al problema de la delincuencia y
violencia pandilleril, sea cual sea su diseño, tomará tiempo. Incluso en
el caso más positivo que las fuerzas políticas y sociales llegaran a
un acuerdo nacional sobre el tema, y que además estarán disponibles los
fondos para implementarlo, la solución no sería a corto plazo.
Y mientras tanto, ¿el país se seguirá desangrando al ritmo actual?
Esta
perspectiva es inaceptable, el país y su fibra política, social y moral
no lo aguantarían. Es más: el grado de conflictividad haría inviable
hasta el mejor plan integral, aun en el caso ideal que este basado en un
amplio acuerdo nacional.
No hay otra: Primero hay que parar la
actual espiral de la violencia, la perversa lógica de la venganza mutua.
Y hay que hacerlo ya.
Ustedes, los pandilleros, si realmente quieren
ser “parte de la solución”, como siempre han afirmado en sus
declaraciones y comunicados, tienen que parar esta locura de asesinar a
policías, soldados, custodios y sus familiares. Y dejar de sembrar
terror en la ciudadanía.
Ustedes, los miembros y mandos de la PNC y
la Fuerza Armada tienen que parar cualquier acción de exterminio contra
pandilleros y sus familiares. Tienen que adoptar una política de cero
tolerancia frente grupos de “limpieza social”, dentro y fuera de sus
cuerpos armados, y definir con claridad las reglas del enfrentamiento en
el sentido que el uso de la fuerza es exclusivamente para capturar a
delincuentes, no para eliminarlos. Claro que ustedes, los policías y
soldados, tienen todo derecho de defenderse, incluso con fuerza letal,
cuando son atacados por delincuentes armados. Pero esto no es lo mismo
que diseñar operativos policiales con lógica de guerra: provocar
enfrentamientos con el fin de poder causar bajas. El fin último de la
policía no es causar bajas, sino capturar y prevenir crímenes.
Es
la acción desenfrenada de pandilleros y de policías que en el transcurso
de este año ha convertido el enfrentamiento directo entre Estado y
pandillas en el principal motor de la ola de violencia. Hay que apagar
este motor.
Si esto se logra, podríamos por lo menos parar la
espiral de violencia y venganza que tenemos ahora. Como dije al
principio: Esto no es la solución del problema, porque todavía no ataca
las raíces del problema. Las pandillas seguirán existiendo y
delinquiendo, mientras el país no avance hacia una solución integral del
problema. Y la policía, la fiscalía, el sistema judicial seguirán
aplicando la ley, capturando y enjuiciando a los pandilleros , pero ojo:
la ley, no la guerra, no campañas de exterminio. Lo que hay que parar
es la acción terrorista por parte de las pandillas, y evitar que en
respuesta surja, como en los años de la guerra, terrorismo de Estado.
Nadie
está hablando de una tregua.
Nunca hubo y nunca puede existir una
tregua entre el Estado y delincuentes. Se trata de que las pandillas
dejen de deslizarse hacía la acción terrorista y que el Estado, la PNC,
la Fuerza Armada, se blinden contra el peligro de convertirse nuevamente
en violadores de derechos humanos. Nada más. Nada menos. Pero no sería
poca cosa, si de esta manera se lograría parar la matanza ahora
desenfrenada, y de paso crear mejores condiciones para construir, con
menos sangre derramada, con menos terror en la población, las soluciones
integrales que el país necesita para pacificarse.
Para parar la
locura que vivimos ahora, con 800 homicidios al mes, no hace falta
ninguna negociación. Hace falta que cada uno - pandilleros, PNC,
soldados, Estado - por su cuenta y conciencia haga caso al grito
desesperado de “¡YA BASTA!” de las comunidades que viven un infierno de
violencia, de las víctimas, de la sociedad entera.
Como dijo monseñor Romero: Paren la matanza. No obedezcan órdenes que les obliguen a matar a sus hermanos.
Paolo Lüers
(Mas!/El Diario de Hoy