El 1 de junio del 2004, cuando fue juramentado Tony Saca como presidente de la República, no asistieron los diputados del FMLN. Por lo contrario, a la hora de la transmisión del mando marcharon en la calle denunciando fraude y llamando 'ilegítimo' al gobierno de Saca.
Cinco años más tarde, el 1 de junio del 2009, cuando fue juramentado Mauricio Funes, no hubo manifestaciones. La oposición completa -los diputados de ARENA, del PCN y del PDC, los ex presidentes areneros, el presidente saliente- estaban sentados en el acto del traspaso del mando al presidente Funes.
En el primer discurso de Funes como presidente constitucional, no hubo ni una sola palabra de reconocimiento del hecho que -a pesar de todas las advertencias del candidato y su partido- no hubo fraude electoral.
No tuvo ni una sola palabra de reconocimiento del hecho que El Salvador, después de cuatro administraciones de ARENA, es un país democrático, donde la alternancia del poder, una vez decretada por el voto popular, funciona sin trabas, sin boicot, de manera organizada, pacífica.
El nuevo presidente, quien en su campaña no se cansó de hablar del inminente fraude electoral (y cuyo partido llegó incluso a hablar del peligro de un golpe militar para evitar el triunfo de Funes), habló como si nuestra democracia comenzaba este día. Como si este no fuera un acto de inauguración de un nuevo gobierno, sino de la democracia.
La incapacidad de ver que todos -ambos bandos firmantes de la paz, oposición y gobiernos de la posguerra, sociedad civil- han sido protagonistas de la democratización del país, y de reconocer sin retorcijones ideológicos los aportes de ARENA y sus cuatro gobiernos a este proceso parece ser uno de los puntos de más coincidencia entre Funes y su partido.
Para el Funes que habló el 1 de junio, nuestra posguerra es la simple prolongación de la historia de la guerra - y de la historia que nos llevó a la guerra. Para el Funes que habló el 1 de junio, con los Acuerdos de la Paz no hemos salido de la confrontación entre sectores, representados por ARENA, que se oponen a la democracia, y otros sectores, representados por el FMLN, que luchan por la democracia.
En esta visión de la historia y de la lucha permanente de clases, los Acuerdos de Paz sólo cambiaron las formas de esta confrontación - ya no son bélicos.
Pero dentro de ambos campos que terminaron la guerra firmando la paz había (y sigue habiendo) otra visión muy diferente: Los Acuerdos de Paz son el compromiso de comenzar en serio a construir conjuntamente la paz, la justicia y la democracia.
Asumimos no sólo el compromiso no de cambiar la forma en que dos bloques se enfrentan, sino de superar la división de la sociedad en dos bloques y comenzar a reconocer que la única democracia posible es la que construyamos juntos.
Lastimosamente, no todos han asumido este compromiso, ni comparten esa visión. Tanto en la derecha como en la izquierda hay quienes siguieron buscando, por la vía electoral, ganar la guerra que no han podido definir con las armas.
En la izquierda, esa diferencia de criterios ha estado a la base de las divisiones que ha sufrido después de la guerra. Para algunos, el pacto de San Andrés (entre el grupo de los ex comandantes Joaquín Villalobos y Fermán Cienfuegos y el presidente Armando Calderón Sol) ha sido el intento, tal vez mal hecho, de llegar a una agenda común en la construcción de la democracia. Para otros ha sido, simplemente, un acto de traición, porque rompió con el planteamiento de los dos bloques históricos confrontados hasta la victoria... o la muerte.
Para Funes y la actual dirigencia del FMLN, es lógico hablar de la 'Nueva República' a construir a partir de la toma del poder del FMLN. Para otros, el acto fundacional de la nueva República era la firma de los Acuerdos de Paz en 1992.
No podemos refundar la República cada vez que se ejerce la alternancia. El principio principal de la alternancia democrática es precisamente que el traspaso del poder ejecutivo al partido opositor pase con normalidad, sin rupturas, sin refundaciones.
Si la República no está fundada sobre el compromiso de construirla entre todos, sino sobre la ideología, la concepción de 'el cambio', el ideario del partido de gobierno de turno, nunca tendremos una República que todos sentimos nuestra y todos defendemos.
Una semana después de las elecciones presidenciales -impactado por los múltiples discursos y consignas que gritaban "Segunda República"... "Un nuevo país"... "Cambio de época"... "Redefinición del rumbo del país". .. "Fin de ciclo"... "Segundo Acuerdo de paz"... "Refundación de la democracia"... "El fin de la posguerra..." - yo escribí:
"Cualquier intento de refundación, de llevar al país a nuevas épocas, de declarar cerrado ciclos, si no es mediante la concertación entre todos los sectores, no puede producir acuerdos nacionales, sino más confrontación."
Esto hace falta reiterar ante el discurso del presidente Funes del 1 de junio. Porque este discurso no sólo constituye un desliz a un lenguaje confrontativo, sino algo mucho más grave: la fundamentación, la base, la justificación para suspender el compromiso del 1992 de la construcción conjunta de la democracia. La retórica del 1 de junio marca la pauta para un gobernante que está convencido que la democracia comienza hoy, con él, y con su partido en el poder.
Por más que siga evocando términos como 'unidad nacional' y 'reconciliación', Funes anuncia un gobierno que sigue apostando a la división de la sociedad en dos campos antagónicos. En este contexto, la frase que anda circulando del 'turno del ofendido' me comienza a asustar. Tenía sentido ético en boca de Roque Dalton, pero asusta en boca del FMLN.
Incluso el noble término de Oscar Arnulfo Romero de 'la opción preferencial de los pobres', ya en boca de este presidente y en el contexto de su discurso del 1 de junio, provoca más dudas que esperanzas...
(El Diario de Hoy, Observador)
En el primer discurso de Funes como presidente constitucional, no hubo ni una sola palabra de reconocimiento del hecho que -a pesar de todas las advertencias del candidato y su partido- no hubo fraude electoral.
No tuvo ni una sola palabra de reconocimiento del hecho que El Salvador, después de cuatro administraciones de ARENA, es un país democrático, donde la alternancia del poder, una vez decretada por el voto popular, funciona sin trabas, sin boicot, de manera organizada, pacífica.
El nuevo presidente, quien en su campaña no se cansó de hablar del inminente fraude electoral (y cuyo partido llegó incluso a hablar del peligro de un golpe militar para evitar el triunfo de Funes), habló como si nuestra democracia comenzaba este día. Como si este no fuera un acto de inauguración de un nuevo gobierno, sino de la democracia.
La incapacidad de ver que todos -ambos bandos firmantes de la paz, oposición y gobiernos de la posguerra, sociedad civil- han sido protagonistas de la democratización del país, y de reconocer sin retorcijones ideológicos los aportes de ARENA y sus cuatro gobiernos a este proceso parece ser uno de los puntos de más coincidencia entre Funes y su partido.
Para el Funes que habló el 1 de junio, nuestra posguerra es la simple prolongación de la historia de la guerra - y de la historia que nos llevó a la guerra. Para el Funes que habló el 1 de junio, con los Acuerdos de la Paz no hemos salido de la confrontación entre sectores, representados por ARENA, que se oponen a la democracia, y otros sectores, representados por el FMLN, que luchan por la democracia.
En esta visión de la historia y de la lucha permanente de clases, los Acuerdos de Paz sólo cambiaron las formas de esta confrontación - ya no son bélicos.
Pero dentro de ambos campos que terminaron la guerra firmando la paz había (y sigue habiendo) otra visión muy diferente: Los Acuerdos de Paz son el compromiso de comenzar en serio a construir conjuntamente la paz, la justicia y la democracia.
Asumimos no sólo el compromiso no de cambiar la forma en que dos bloques se enfrentan, sino de superar la división de la sociedad en dos bloques y comenzar a reconocer que la única democracia posible es la que construyamos juntos.
Lastimosamente, no todos han asumido este compromiso, ni comparten esa visión. Tanto en la derecha como en la izquierda hay quienes siguieron buscando, por la vía electoral, ganar la guerra que no han podido definir con las armas.
En la izquierda, esa diferencia de criterios ha estado a la base de las divisiones que ha sufrido después de la guerra. Para algunos, el pacto de San Andrés (entre el grupo de los ex comandantes Joaquín Villalobos y Fermán Cienfuegos y el presidente Armando Calderón Sol) ha sido el intento, tal vez mal hecho, de llegar a una agenda común en la construcción de la democracia. Para otros ha sido, simplemente, un acto de traición, porque rompió con el planteamiento de los dos bloques históricos confrontados hasta la victoria... o la muerte.
Para Funes y la actual dirigencia del FMLN, es lógico hablar de la 'Nueva República' a construir a partir de la toma del poder del FMLN. Para otros, el acto fundacional de la nueva República era la firma de los Acuerdos de Paz en 1992.
No podemos refundar la República cada vez que se ejerce la alternancia. El principio principal de la alternancia democrática es precisamente que el traspaso del poder ejecutivo al partido opositor pase con normalidad, sin rupturas, sin refundaciones.
Si la República no está fundada sobre el compromiso de construirla entre todos, sino sobre la ideología, la concepción de 'el cambio', el ideario del partido de gobierno de turno, nunca tendremos una República que todos sentimos nuestra y todos defendemos.
Una semana después de las elecciones presidenciales -impactado por los múltiples discursos y consignas que gritaban "Segunda República"... "Un nuevo país"... "Cambio de época"... "Redefinición del rumbo del país". .. "Fin de ciclo"... "Segundo Acuerdo de paz"... "Refundación de la democracia"... "El fin de la posguerra..." - yo escribí:
"Cualquier intento de refundación, de llevar al país a nuevas épocas, de declarar cerrado ciclos, si no es mediante la concertación entre todos los sectores, no puede producir acuerdos nacionales, sino más confrontación."
Esto hace falta reiterar ante el discurso del presidente Funes del 1 de junio. Porque este discurso no sólo constituye un desliz a un lenguaje confrontativo, sino algo mucho más grave: la fundamentación, la base, la justificación para suspender el compromiso del 1992 de la construcción conjunta de la democracia. La retórica del 1 de junio marca la pauta para un gobernante que está convencido que la democracia comienza hoy, con él, y con su partido en el poder.
Por más que siga evocando términos como 'unidad nacional' y 'reconciliación', Funes anuncia un gobierno que sigue apostando a la división de la sociedad en dos campos antagónicos. En este contexto, la frase que anda circulando del 'turno del ofendido' me comienza a asustar. Tenía sentido ético en boca de Roque Dalton, pero asusta en boca del FMLN.
Incluso el noble término de Oscar Arnulfo Romero de 'la opción preferencial de los pobres', ya en boca de este presidente y en el contexto de su discurso del 1 de junio, provoca más dudas que esperanzas...