Después de dos semanas en Venezuela (y otras dos de procesar las impresiones e informaciones de este país), veo El Salvador desde otra perspectiva. Siempre pensamos que nuestro país es tan polarizado que, al estirar un poco más la pita, se rompe.
Pero en comparación con Venezuela, en El Salvador nunca ha habido esta total ausencia de diálogo entre las fuerzas políticas opuestas. En Venezuela, tienen años de suspensión absoluta de la comunicación entre gobierno y oposición. No hay canales abiertas para hablar, por tanto no hay manera de administrar las contradicciones y para resolver conflictos desactivar bombas de tiempo.
Nosotros, que venimos de la máxima expresión de la polarización que es la guerra,
hemos desarrollado canales y métodos de comunicación y concertación que en muchas ocasiones nos parecen insuficientes, pero que nunca hemos permitido que se corten del todo. En Venezuela, los dirigentes políticos no hablan con sus similares del otro bando. Palabras como negociación, pacto y acuerdo son malas palabras en el diccionario del chavismo, suenan a falta de principios y traición.
Es peor: Los gobernantes no hablan con periodistas o académicos que ‘no están con el proceso revolucionario’ - y los periodistas y académicos que están con el proceso nunca hablan con los dirigentes de la oposición. Silencio.
Explicar a los venezolanos que en El Salvador la ex-guerrilla ha asumido el gobierno hasta ahora sin mayores traumas, resulta imposible. El hecho que aquí el gobierno de izquierda está preparando la creación de un Consejo Económico Social, en el cual van a participar la empresa privada, el gobierno y las organizaciones sociales que se dedican a bloquear calles, a nosotros nos puede provocar dudas – a los venezolanos (de ambos bandos) les causa risa o pavor. A mi me hablan de este Consejo y dudo si va a funcionar como instrumento para definir políticas de nación. Cuéntale el proyecto a un venezolano y te declara loco o traidor, dependiendo si es opositor o chavista.
Siempre dicen que aquí somos ejemplo horroroso de una institucionalidad viciada. De la sistemática desinstitucionalización, como dicen en las misas de lo ‘políticamente correcto’. Aquí es visto como un pecado que el presidente de la República interviene de mediador en la elección de magistrados de la Corte Suprema o el fiscal general. Recomiendo que vayan a Venezuela, para ver lo que es institucionalidad viciada. En Venezuela sí se puede ver qué es desinstitucionalización: la suspensión total de la división de los poderes del estado, con la Asamblea Nacional, la Fiscalía, el Tribunal Suprema de Justicia, el Consejo Electoral, la Contraluría... recibiendo y cumpliendo instrucciones del presidente de la República. Volviendo la mirada a El Salvador, las fallas de institucionalidad existen, son obvias, pero hay un diálogo nacional y negociaciones (a veces desesperadamente lentas) entre los partidos para resolverlas.
Observando como en Venezuela funciona la Fiscalía General de la República, cuya titular dice abiertamente que su accionar está enmarcado en el proceso de transformación revolucionaria promovida por el presidente y su partido, llego a la conclusión que es una maravilla que aquí la fiscalía no está alineada con el gobierno y su filosofía del ‘cambio’, y que a pesar de esto, la colaboración institucional entre fiscalía y ejecutivo (PNC, Ministerio, centros penales) funciona. Debería de funcionar mucho mejor, pero no ha dejado a funcionar. Y tanto el presidente como el fiscal general dicen que van a mejorar la colaboración.
Aunque a veces no parece políticamente correcto decirlo: Aquí, a partir de los Acuerdos de Paz, funciona la división de poderes. Con deficiencias, sí. Pero como principio de la democracia funciona.
Hay que ir a Venezuela para valorar lo que aquí tenemos y para reconfirmar el compromiso de cuidar y defenderlo. Hay que ir a Venezuela para estar en alerta en cuánto aquí arremeten contra la democracia representativa y proponen mecanismos de democracia directa, como en estos días plantearon hacer enmiendas a la Constitución para introducir el plebiscito y el referéndum...
Hay que ir a Venezuela para dejar de ser tan papista en sus juicios sobre nuestra clase política y nuestro cultura política. Y para volverse inmune contra las tonterías que cada rato emanan de este gobierno (incluyendo su presidente y sus asesores) que confunden el cambio de gobierno en El Salvador con un ‘cambio de ‘época’ o con un proyecto de ‘refundar’ la democracia o incluso la República...
Hay que ir a Venezuela para abrir una mirada más objetiva sobre nuestro país y su democracia. Por eso me tomé la libertad de escribir tantas páginas sobre Venezuela.
Yo sé que aquí nadie está al punto de cerrar medios de comunicación ni a aniquilar la descentralización y la división de poderes. No es que no hay a quien le gustaría, pero no son dominantes en el gobierno y ni siquiera se atreven a plantearlo en público. No existen estos peligros aquí. Pero sí existe el peligro de no valorar la democracia y las instituciones que hemos construido a partir de los Acuerdos de Paz y que han permitido el tipo de alternancia y cambio que ahora estamos viviendo.
(El Diario de Hoy, Observador)