Cuando conocí a Alberto Müller Rojas, tenía el cargo de ‘comisionado presidencial para la constitución del Partido Socialista Unificado de Venezuela’. Le pregunté qué diablos significa esta figura de un ‘comisionado presidencial’ para formar un partido, y el general retirado y ex-senador puso su cara en miles de arrugas y se echó una gran carcajada. “Es un chiste”, me dijo. “Un mal chiste. Una de esas ocurrencias de Hugo Chávez.”
Este general retirado y veterano de la izquierda venezolana (el hombre que dirigió la campaña electoral, que en 1999 llevó al poder al teniente coronel Hugo Chávez) fue el único del círculo interno del poder alrededor de Hugo Chávez que se dejó entrevistar cuando en 2008 fui a Venezuela para tratar de entender la ‘revolución bolivariana’. ¡Y qué entrevista! Esta leyenda de la política venezolana, del cual me dijeron que es uno de sólo dos personas de la cúpula revolucionaria que puede darse el lujo de criticar al comandante en jefe Hugo Chávez, me dijo: “Sí, pero nunca me hace caso. No hace caso a nadie. Es un caudillo.”
En esta larga plática en febrero del 2008, Alberto Müller Rojas me explicó que la orden de Hugo Chávez de construir el partido desde arriba, desde el poder, era “una aberración. Si se construye desde el Estado, saldrá un partido del Estado, no un partido de izquierda.” Me contó que había dicho a Chávez que de esta manera sólo podría salir un aparato partidario corrupto, oportunista y represivo. “No lo pude convencer, pero por o menos no me mandó al carajo.” Me confesó que, a pesar de sus críticas, había aceptado esta misión imposible para evitar que desde el primer día cayera en manos de los corruptos...
Dos años después, en marzo del 2010, este hombre (del cual dicen que era el único intelectual en la cúpula chavista) tiró la toalla y renunció al partido oficial de Hugo Chávez, del cual fue vicepresidente, porque ha llegado a la conclusión que “el proceso revolucionario está pésimo. No es sano. Es un nacionalismo pequeño burgués que no representa las expectativas de la sociedad.” Así lo declaró en una entrevista y se fue del partido, del poder, del gobierno. Tiró la puerta y se fue.
Lo que realmente está detrás de la renuncia de este hombre, quien ha sido el arquitecto de la alianza entre oficiales progresistas de la Fuerza Armada y la izquierda venezolana para llevar al poder a Hugo Chávez, son tres pleitos íntimamente relacionados. Uno sobre la corrupción. Según Alberto Müller Rojas, Chávez ha llenado el gobierno, el Alto Mando miliar y la dirección del partido con oportunistas corruptos, incompatibles con la ética revolucionaria, que este veterano de la izquierda venezolana no está dispuesto a sacrificar. Alberto Müller Rojas ya era un icono de esta izquierda venezolana, cuando Hugo Chávez aún era un teniente coronel que intentó un golpe militar.
El segundo pleito es sobre la democracia versus represión. En la medida que la cúpula chavista siente que está perdiendo apoyo popular, recurre a la represión para mantenerse en el poder. Alberto Müller Rojas y una minoría dentro de la dirigencia del PSUV -todos viejas figuras de la izquierda venezolana de antes de la era de Chávez- han tratado de convencer a Chávez que recurrir a la represión y a la persecución de opositores y periodistas es contraproducente para el proceso revolucionario, porque lo pervierte y le quita su razón de ser y su base moral. En vano.
Müller Rojas creó dentro del PSUV un pequeño pero influyente grupo que abogó por otra estrategia: el dialogo con la oposición, la búsqueda de consensos nacionales para enfrentar la crisis económica y política de un país demasiado polarizado para innovarse y revitalizarse. Este es el tercer pleito. El decisivo.
Hugo Chávez y sus asesores cubanos han rechazado esta idea del diálogo con la oposición como traición a la revolución. Su estrategia es la contraria: ante el crecimiento de la oposición, profundizar -o sea, radicalizar- la revolución. Nada de diálogo con el enemigo. Y nada de debate o (¡Fidel guarde!) disidencia en la filas revolucionarias. El grupo de Muller Rojas se deshizo, todos se alinearon. Menos el viejo general, el único intelectual de izquierda que se había quedado con Chávez. Tuvo que irse.
(El Diario de Hoy)