¡Vaya sorpresa! ¡Qué descubrimiento! Que yo sepa, nadie nunca ha puesto en duda que gobiernos de izquierda pueden “convivir muy bien con la empresa privada”. Y no sólo convivir, sino pueden trabajar juntos, unir esfuerzos para sacar al país adelante y a la población de la pobreza, exitosamente, incluso.
No hubo necesidad de volar a Sao Paulo y ver al presidente Lula interactuar con los grandes empresarios de Brasil para llegar a esta conclusión. Hubiera bastado internarse un poco en la historia política. Al hacer esto, se hubieran encontrado con figuras como Willy Brandt y Felipe González, que transformaron sus partidos para crear gobernabilidad antes de asumir el poder. O con los gobiernos socialistas de Chile que mostraron a los empresarios que no necesitan apoyarse en los pinochetistas para defender la libertad económica...
Estudiando la historia de la izquierda, es fácil aprender que una buena parte –o la parte buena– de la izquierda internacional se deshizo, de manera radical, de los dogmas marxistas y logró conciliar la productividad y rentabilidad de la economía con la sed de justicia de la sociedad. Crearon confianza antes de llegar al poder.
Puede ser muy útil viajar a Brasil para fortalecer las relaciones comerciales y para abrir puertas a inversiones y joint-ventures, pero no para convencerse de que puede haber entendimientos constructivos entre un gobierno de izquierda y el sector privado. Precisamente en esta meta absurda se concentró la empresa de Funes de llevar a los empresarios salvadoreños a Sao Paulo: para que vean que Lula no muerde.
Y así fue la cobertura periodística del viaje: “Lula no muerde, los mismos empresarios de Brasil lo confirman; ergo la izquierda o muerde, ergo dejen de tener desconfianza al gobierno Funes-FMLN. Funes no muerde...”
Muy simplista, como toda propaganda. Es cierto, el gobierno del presidente Lula y su partido no tienen mayores conflictos con los empresarios; hay confianza mutua; hay estabilidad. Pero el gobierno de Brasil no está encabezado por un presidente que no controla su partido. Lula, 28 años antes de llegar a presidente, era fundador y líder nacional del poderoso sindicato de la industria metalúrgica. Y 23 años antes de convertirse en presidente, Lula fue fundador y máximo dirigente del ‘Partido dos Trabajadores’ (PT). Lula forjó la izquierda democrática, y la forjó derrotando a los comunistas y otros radicales y ortodoxos de la izquierda brasileña. Esto lo calificó para ser presidente y para ganarse la confianza de los empresarios.
Funes, en cambio, tiene un partido de gobierno anti-imperialista, anti-capitalista, anti-dolarización, anti-globalización, anti-todo; un partido en que él como presidente no tiene cómo influir, mucho menos moderar o controlar.
Lula goza de la confianza de los empresarios de su país, porque en su gabinete no hay ningún ministro comunista. Funes tiene ministros ortodoxos que ya hablan del próximo gobierno “verdaderamente de izquierda”.
Lula no tiene como vicepresidente a un ex comandante que se mantiene ideológicamente fiel a Fidel Castro y Hugo Chávez. Por lo contrario, su vice es un empresario conservador.
Lula (quien según nuestro editorialista ostenta el extraño rango de “el líder latinoamericano más respetado y reconocido en el mundo”) proyecta a los inversionistas estabilidad y predictibilidad, porque cuenta con una bancada parlamentaria que coincide con su ideario y sus políticas.
Funes cuenta con dos bancadas: una que corresponde al lineamiento de la Comisión Política del FMLN (que a su vez responde al lineamiento de La Habana y Caracas) y otra que responde al liderazgo del ex presidente Saca. Está jodido gobernar así...
¿Quieren que sigamos comparando a Funes con Lula? Mejor no. El pelotón de editorialistas y comentaristas que se pusieron en cadena nacional hablando de Lula para que se entienda Funes, no convence.
“Senator, you’re no Jack Kennedy...”. Con esta frase célebre, Lloyd Bentson derrumbó a su contrincante Dan Quayle en el debate entre candidatos a vicepresidente en 1988. Aunque la fórmula Bush-Quayle ganó la Casa Blanca, Quayle nunca se recuperó de este golpe. Siempre le quedó la imagen de alguien a quien le queda grande su rol como dirigente. Salió de la Casa Blanca al olvido.
“Presidente, usted no es ningún Lula”, habría que decir a Mauricio Funes.
(El Diario de Hoy)