jueves, 10 de marzo de 2011

Columna transversal: Fuente Ovejuna reloaded

No voy al teatro. Me aburre. Una vez que me liberé de la idea de que uno tiene que admirar el teatro para ser culto, dejé de ir al teatro. No ha dejado ningún vacío en mi vida.

Las veces que he asistido al teatro en los últimos 40 años han sido por cortesía o para conquistar novias. Perdí la curiosidad respecto al teatro. También a otras formas de la alta cultura. En cambio el cine, la música rock, el jazz, la fotografía y las novelas de suspenso nunca dejaron de provocarme curiosidad.

Este fin de semana fui a ver una obra de teatro. Que es otra cosa que ir al teatro. La presentación de la obra tuvo lugar en el patio de una casona en Suchitoto, no en el asfixiante y cursi Teatro de la Ruinas de Alejandro Cotto, donde solamente entrar te convierte en súbdito de rituales culturales.

En la casa de los bichos teatreros de Suchitoto, en un escenario montado debajo de un palo de mango, delimitado por los corredores de una casa de diseño colonial, presencié una fascinante puesta en escena Fuente Ovejuna, de Lope de Vega.

Me gustó tanto que el día siguiente fui a otra función.

¿Qué pasó? ¿Será que, así como algunos de viejo regresan a la iglesia, yo regreso al teatro?

No. Lo que pasó es diferente, una historia sin precedentes en el país. Unos artistas locos, inspirados y apoyados por los teatreros de Stratford/Canadá (que convirtieron una moribunda ciudad industrial en un centro internacional de teatro), juntaron en los cantones de Suchitoto a 50 bichos para formar una escuela de teatro. No sólo de actuación, sino también de producción, iluminación, vestuario y carpintería para teatro...

A un año de trabajo, y luego de armar dos obras horribles, han quedado 28 de los 50 bichos, contagiados por la idea de detectar y desarrollar capacidades y creatividades escondidas en ellos. Y ellos agarraron una obra de Lope de Vega, se apropiaron de ella, le dieron vuelta, y presentaron una versión que expresa su rabia con la violencia, con la cultura de las pandillas y con la impotencia de los supuestamente indefensos...

No cayeron en ninguna de las trampas que normalmente están en el camino del teatro "educativo" o "popular". No cayeron, ni por un momento, en la trampa de lo panfletario, como les pasó con el primer ensayo que mostraron el año pasado, "Las voces de los cerros", que no reflejaba otra cosa que la manera torcida que los directores canadienses, que la pusieron en escena con los jóvenes de Suchitoto, ven a los "sufridos indígenas". Cuando vi este panfleto, llegué a la conclusión que este proyecto teatral de Suchitoto ya se había jodido.

Tampoco volvieron a caer en la otra trampa que los jodió en su segunda obra: querer hacer teatro tradicional y ceremonial. El año pasado pusieron en escena La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, con actrices profesionales en los papeles principales y las alumnas de Suchitoto en los papeles de sirvientes. Claro que no podía salir otra cosa que teatro diletante.

Evitando estas trampas, la escuela de teatro de Suchitoto regresó a lo simple y puro en el teatro: las ganas de joder de los jóvenes, y su urgencia de expresarse.

La manera cómo se apropiaron de la trama de Lope de Vega, les permitió darle rienda libre a su vena juguetona y a poner en escena con orgullo lo que han aprendido: cómo primero liberar y luego controlar sus cuerpos y sus voces.

Combinan este placer lúdico con la expresión, a gritos, de su frustración con una vida dominada por el miedo. El resultado es contagiante. De repente, incluso para un escéptico como yo, el teatro ha recuperado su razón de ser: movernos el tapete...

Para mí, el teatro ya no tenía esta capacidad; ya se había reducido a un ritual cultural, sin el poder de tocar nuestras vidas.

En Suchitoto vi, en la cara de los 120 espectadores, casi todos jóvenes, que el teatro les estaba tocando su vida, retándolos a verla y vivirla de otra manera.

Para los 28 alumnos la vida definitivamente ha cambiado. Varios de ellos, como Héctor Vides López en el papel de Mengo, Fátima Molina Miranda en el papel de Laurencia, y Estela Abrego Landaverde en el papel de la alcaldesa, talvez todavía no lo saben, pero el teatro ya los convirtió en artistas que podrían optar por una carrera profesional.

(El Diario de Hoy)