He llegado a una conclusión que todavía me cuesta digerir: Es peligroso contribuir al debilitamiento de los partidos políticos, porque son indispensables e insustituibles para la democracia representativa. Si los debilitamos más, se crea un vacío peligroso.
Durante años --y con buenas razones-- los comentaristas políticos hemos hecho leña a los dos partidos que básicamente sostienen nuestro sistema político: ARENA y el FMLN. "Los dos partidos tienen secuestrado al país", era (es) un argumento frecuente, haciendo alusión a la polarización. Y sigue siendo correcto. Los partidos, así como son, son una limitante para las reformas que a gritos necesita el país. La polarización extrema mantiene al país en inercia. Secuestrado, pues.
Y yo escribí una columna titulada: "ARENA es obsoleta", haciendo este juicio extenso al FMLN. No me retracto ni una palabra de este artículo. Sigue válido.
Entonces, ¿what's new? ¿Cuál es la conclusión nueva?
Hemos observado, durante ya más de un año, lo dañino y peligroso que es cuando dos de los principales líderes, el presidente y el ex-presidente, tratan de construir poder fuera y contra sus partidos. La ilusión de Funes de que su victoria electoral y el poder de Casa Presidencial iban a ser suficientes para poder tomar control del FMLN para transformarlo en un partido "funista", se frustró en los primeros meses. La reacción: dejar al FMLN buena parte del aparato del Ejecutivo, y tratar, desde Casa Presidencial, consolidar un poder independiente.
Acompañado con movimientos fantasma que no son más que redes de sus amigotes y de otros que ven oportunidades en el distanciamiento del presidente de su partido. En esta situación, ¿a quién rinde cuentas el presidente de la República? ¿A su partido? No, porque aunque comparten espacios en el mismo gobierno, no hay debate, no hay discusión. ¿A alguna fuerza ciudadana articulada? No, porque no existe.
¿En quién se apoya el presidente? ¿Quién le presta fuerza, energía social? De repente nos dimos cuenta que no hay nadie detrás del presidente. Bueno, está el FMLN dándole una gobernabilidad, pero mínima y condicionada a que no intervenga en el uso que como partido hace de la parte del Ejecutivo que le tocó como cuota.
Esto deja al presidente con el poder institucional de Casa Presidencial y de los ministerios controlados por sus amigos, sobre todo Hacienda. Algo de apoyo coyuntural se puede conseguir con este poder y los recursos que puede movilizar. ¿Pero alcanza esto para diseñar políticas públicas de mediano o largo plazo? No. Por esto no existen.
Veamos el otro lado de la medalla. Paralelamente y en extraña coincidencia de tiempos e intereses, el otro líder, el ex-presidente Tony Saca, hizo lo complementario. Primero intentó instrumentalizar su partido para convertirse en el poder detrás del trono del sucesor elegido por él. Cuando esta estrategia impuesta por Saca los llevó a perder las elecciones, activó el plan B: asegurarse inmunidad, usando su control del partido para negociar con el FMLN y el presidente. Y cuando su partido no le aceptó esta jugada, usó su liderazgo personal y su dinero para romper al partido. En este contexto surge GANA, como ficha de negociación de Saca con la izquierda. Saca garantizando a Funes en la Asamblea una mayoría que no le habían dado los votantes. Suministrándole una gobernabilidad en base de pactos, que le dio cierto espacio de maniobra frente a ambos, el partido de gobierno y el partido de oposición.
Como siempre, las soluciones baratas al fin resultan las más caras. La gobernabilidad pactada y comprada, mediante la división de ARENA, el surgimiento de GANA, y el chantaje a las dirigencias del PCN y del PDC, le pareció a Funes y sus amigos más conveniente y fácil que ir por el camino difícil de la concertación con la oposición, con la empresa privada y con el mismo FMLN, por supuesto.
Pero esta gobernabilidad de pactos se agota. De repente el país se da cuenta que sigue enfrentando sus dos problemas principales (delincuencia y desempleo), y que la base de gobernabilidad que han construido Funes y Saca no sirve para enfrentarlos. Es más, la manera tramposa de crear gobernabilidad resulta obstáculo para las concertaciones amplias y serias que habría que hacer para encarar estos retos.
Resultado: Tenemos un presidente mediático sin real respaldo ni partidario ni social. Un presidente que, como no ha tenido la capacidad de tomar liderazgo en su propio partido y tampoco de crear consensos nacionales para dar sustento y fuerza a sus políticas, está condenado a gobernar con visión de corto plazo. O sea, de tratar de sobrevivir, en vez de iniciar cambios estructurales, reformas, proyectos de país.
Regreso al inicio de estas consideraciones: Los presidentes que llegan al poder sin lograr apoyos partidarios sólidos para su gestión, están condenados a fracasar. O incluso a desviarse a experimentos peligrosos para la democracia. Vean los ejemplos en la vecina Guatemala, en Ecuador, en el Perú de Fujimori.
Presidentes que llegan al poder explotando la frustración y los resentimientos que la gente tiene con los partidos políticos, y que no hacen nada para renovar y robustecer los partidos, debilitan la democracia.
Pero no sólo es problema de los gobernantes. Todos tenemos que reflexionar cómo volver constructiva nuestra necesaria crítica a los partidos y la manera cómo funcionan de manera vertical, poco transparente. Si nuestra crítica no contribuye a la renovación de los partidos, contribuye a su debilitamiento y erosiona la democracia.
(El Diario de Hoy)