Un discurso valiente, al momento adecuado, puede cambiar radicalmente le percepción que se tiene de un dirigente, puede convertirlo en líder y darle autoridad de hablar a nombre de todos y la solvencia moral para exigir unidad.
Unidad necesitamos para enfrentar la
seria crisis de seguridad y para desbloquear el crecimiento económico. Pero la
unidad hay que construirla, y se construye con confianza, con gestos que ponen
de manifiesto la voluntad de un gobernante de superar resentimientos y dogmas.
Esto requiere valentía.
Ayer, en la Feria, en el 23 aniversario
de los Acuerdos de Paz, usted tuvo la oportunidad (yo diría incluso: el deber)
de dar este discurso valiente. No la aprovechó. Desde la manera come estaba
organizado el magno evento hasta en su discurso, usted permitió que el
aniversario de la paz y la visita del secretario general de Naciones Unidas se
convirtiera en un acto partidario y electoral. Viéndolo en televisión, me dio
pena ajena. Entiendo perfectamente porque varios de los firmantes de los
Acuerdos de Paz, aunque estaban en el país, prefirieron no participar. Uno me
dijo: No me prestaré de florero decorativo. Y cabal, a los pocos firmantes
presentes, usted ni siquiera los saludó, mucho menos les dio el crédito que
merecen como arquitectos de la paz que fueron, incluso mucho más que usted
mismo…
Sólo dos frases valientes dijo usted: una
cuando reconoció al expresidente Freddy Cristiani la decisión de buscar la paz;
y la otra cuando reconoció el sacrificio de los miembros de la Fuerza Armada
que dieron su vida.
Sin embargo, cuando usted habló de las
víctimas, fue de la misma manera como su partido lo hace desde antes de la paz:
sólo refiriéndose a las víctimas de la represión militar, paramilitar y
estatal, nunca a las víctimas de los secuestros, ejecuciones y abusos de poder
a manos de la guerrilla. Y cuando usted rezó lista de mujeres y hombres que con
su vida aportaron al logro de la paz y la democracia -Oscar Arnulfo Romero,
Schafik, los jesuitas, Mélida Anaya Montes- usted no fue capaz de incluir en
esta lista de honor al doctor José Antonio Rodríguez Porth, a quien mató un
comando guerrillero, por exactamente la misma razón que un comando militar mató
a Ignacio Ellacuría: ambos conspiraron con Cristiani para superar las
resistencias a una solución negociada.
Si un dirigente guerrillero al final de
la vida llega a la presidencia y no logra superar en su propia mente -y en su
discurso a la nación- el esquema blanco y negro, según el cual su bando fue el
bueno y el otro el malo, no va a cumplir su misión de unir la nación.
Usted tuvo la oportunidad de oro de
ofrecer este 16 de enero, ante el pueblo y la comunidad internacional representada
por el secretaria general de la ONU, un discurso sincero y valiente: reconocer
los errores y crímenes de guerra tanto del Estado que hoy representa, como de
las fuerzas insurgentes que durante la guerra comandó; echar la mano de
reconciliación a las víctimas que murieron a mano de militares y de
guerrilleros.
Obviamente, usted no tuvo ni la visión ni
el coraje necesarios. En vez de esto, permitió que su gobierno y su partido
organizaran un meeting electoral, con barras acarreadas, y no en evento de peso
moral que puede aportar a la unidad nacional. Un acto y un discurso que no están a la altura de su cargo. Lo mismo
les señalé a sus antecesores Paco Flores, Tony Saca o Mauricio Funes. Ninguno
de ellos tuvo la voluntad ni la capacidad de convertir el aniversario de la paz
en día de la unidad nacional.
Lástima.
Paolo Lüers
(Mas! / El Diario de Hoy